lunes, 26 de diciembre de 2011

LA TERAPIA

-       Por favor despejen el pasillo, es una urgencia!
-       ¿Qué tenemos?
-       Varón, unos treinta años. Presenta hipotermia, principio de congelación en los dedos de las manos y neumonía.
-       ¿Está consciente?
-       Levemente consciente, pero no habla y apenas responde a estímulos.
-       ¿Habéis contactado con la familia?
-       No, no lleva documentación ni teléfono móvil

En Londres el día había amanecido gris. Tan gris como cualquier día de mediados de octubre allí. Pero para Juan, cada día resultaba más oscuro que el anterior.
Ya empezaba su cuarto mes en esa ciudad y los recuerdos y la añoranza de su tierra y su gente, le estaban pasando una factura demasiado elevada.
Acabó la carrera de Psicología en junio de 2010, a curso por año, siempre fue un buen estudiante. En el colegio y en el instituto sacaba muy buenas notas, a pesar de que tenía que entrenar varios días a la semana y que los findes tenía partido.
Jugó al fútbol hasta juveniles y después de dos temporadas en División de Honor, decidió centrarse en sacarse una carrera. Para muchos fue una sorpresa, para otros una decepción, ya que siempre habían visto en Juan un futuro futbolista profesional.
Al finalizar la carrera, cursó un Máster para especializarse en psicología clínica. Después, la rutina fue mandar y mandar currículums, para conseguir mucha desesperanza, una única entrevista y un puesto en la inmensa lista del paro.
A principios de verano, sufrió un golpe muy duro que lo dejó muy tocado; fue la gota que colmó el vaso. Así, que, de un día para otro, tomó el mismo camino que tantos españoles, y decidió irse a probar fortuna en otro país.
Parecía que algún rayo de luz se decidía a atravesar el cielo, Juan se esforzaba por dibujar una leve sonrisa en su cara, cuando, de repente, sonó su teléfono. Al principio, sorpresa, a continuación extrañeza, al final, una alegría inmensa. Colgó el móvil, cerró los puños y gritó a pleno pulmón, con los ojos empañados… “ Síiiiiii” le habían llamado del Centro de salud mental donde le entrevistaron. Tenía trabajo!! Volvía a Elche!!!!

-       Doctor, el paciente de la 503..
-       Sí, ¿qué le ocurre?
-       No nada, que ahora que ya está recuperado, ¿qué haremos con él?
-       Su trabajo como enfermera y el mío como médico ya ha acabado. El hospital ya no es su sitio. No es el primer indigente al que atendemos, y, por desgracia, no será el último.
-       Los dos sabemos que no es el típico indigente, no se… ni por su edad, ni por su ropa… fíjese en el corte de pelo, es reciente…
-       A efectos prácticos es un sin techo. No tiene documentación, nadie ha preguntado por él. Y además, sigue en estado catatónico y sin articular palabra. Hoy le trasladarán al Centro de salud mental.

 Juan llegó a su nuevo trabajo diez minutos antes de las ocho. Tenía casi la misma ilusión que aquél viernes por la noche que, con nueve años, jugó su primer partido en el parque deportivo. Su primer partido con el “kelmitos”, donde jugaría y ganaría tantos y tantos.
Vestía con bambas, vaqueros desgastados, camisa de cuadros, chaqueta con coderas y llevaba colgada una cartera de piel, donde guardaba su agenda, el cuaderno y la grabadora con la que iba a registrar todo lo que hablase con los pacientes.
A las ocho llegó el psiquiatra responsable del Centro. Su nombre era Enrique Benítez. Llevaba en ese trabajo casi treinta años, y todo lo vivido allí, le había llevado a ver a los pacientes, más como a expedientes que como a personas.
Esa misma sensación tuvo Juan, nada más entrar allí; poca luz, las paredes desconchándose, las puertas de color marrón oscuro con pomos redondos dorados, el suelo de terrazo gris… No había ni televisión, ni periódicos, nada que pudiese perturbar la tranquilidad de los enfermos, o, más bien, nada que les recordara que, más allá de ese claustrofóbico lugar, seguía existiendo un mundo.
Enrique le dio la bienvenida a Juan y enseguida se pusieron a revisar los expedientes de los internos. Ese día había llegado un nuevo paciente. No sabían su nombre. Se trataba de un indigente que había estado más de tres meses en el hospital por una neumonía muy complicada, y, que lo derivaban allí debido a que no hablaba ni respondía a estímulos.
Así que la primera función de Juan sería acompañar a Enrique en la entrevista de evaluación de ese recién llegado. Cuarenta minutos con Enrique haciéndole preguntas e intentando pasarle cuestionarios, y el paciente ni siquiera les miraba a la cara.
“ Juan, está claro que es un autista, esta misma tarde empezaremos con la medicación, es fundamental que esté calmado”. Juan frunció el ceño; le había sonado a que lo único que quería Enrique era tenerlo drogado y que no diese follón. Pero había algo en ese paciente… en esa mirada…
“Señor Benítez, con todos mis respetos, existen otras terapias menos agresivas, además de otras pruebas más específicas para el diagnóstico… ¿me deja a mí cinco minutos más?”. De repente, al interno le cambió la cara, se le desencajó la expresión y comenzó a repetir esas palabras: cinco minutos más, cinco minutos más, cinco minutos más…
“¿Has visto Juan? ¿Terapias alternativas? Como sois los recién licenciados. Pero me has caído bien, te daré una semana con él. Si tus métodos funcionan, perfecto, y, si no funcionan, habrás aprendido una lección importantísima: una cosa es lo que pone en los libros y otra lo que pasa en la vida real.” Juan aceptó el reto, era un ganador y estaba muy motivado.
Al día siguiente, el joven psicólogo entrevistaba a su paciente. Había estado toda la noche pensando en cómo dirigir esa terapia. Pero nada funcionaba, ni siquiera le miraba, y al final de la sesión, le dijo: “no sé cómo te llamas, no sé qué te pasa, pero te voy a ayudar, lo sé, tengo esa certeza dentro de mí. El paciente se levantó de la silla nerviosísimo, y, como el día anterior, repitió una y otra vez las últimas palabras: dentro de mí, dentro de mí… así finalizó la sesión; con el paciente alterado y el psicólogo abatido.
El miércoles, nueva sesión. Nuevas preguntas, las mismas no-respuestas, la misma inexpresión, y otro monólogo final, fruto de la desesperación: “Sé que me escuchas, lo voy a conseguir, veo lo que muestras a todo el mundo pero yo voy a averiguar lo que está detrás”. Como en los días anteriores, la misma reacción sobresaltada y de nuevo repitiendo: está detrás, está detrás, está detrás. Juan se fue muy triste, el tiempo se le acababa y además el jueves no había terapia.
Llegó la sesión del viernes. Juan había decidido no interrogarle, ni intentar pasarle ninguna prueba. Le sacaría algún tema de conversación informal, para intentar captar su atención de una forma más natural. Así que le dijo: “Hola amigo, te gusta el fútbol?” La reacción del paciente fue más alterada que en las anteriores ocasiones. Se levantó de forma más agresiva, pero esta vez no repetía; negaba con la cabeza y movía los brazos muy violentamente. Un enfermero tuvo que llevárselo. La sesión había acabado, cuando apenas había empezado. Esta vez, Juan se fue llorando a casa. Si el lunes no lo conseguía, el interno pasaría a manos de Enrique y él habría fracasado, como cuando en cadetes, fue eliminado por el Valencia en la primera eliminatoria de la fase final autonómica.
Ese fin de semana Juan no salió de su habitación. Leyó libros de terapia, buscó en internet, revisó apuntes del Máster… estaba desesperado. Ya era domingo y los mismos pensamientos le torturaban la cabeza. ¿Por qué repetía esa persona las últimas palabras de cada sesión? ¿Y si no era por ser las últimas y sí por ser precisamente esas palabras? ¿Dentro de mí?, ¿Está detrás? Igual se trataba de esquizofrenia y tenía alucinaciones. Quizá fue algo que vivió en la calle siendo un vagabundo. Pero, ¿cinco minutos más? Eso no cuadraba. O, si no, la reacción a lo del fútbol… ¿A que vino eso?
Cada minuto Juan se sentía más agobiado e impotente. Una sensación que conocía bien, ya que la había vivido no hace mucho. Fue entonces cuando, inmerso en esa sensación, algo en su interior hizo clic y todo parecía encajar. Sonrió de oreja a oreja. Sí, iba a ser eso, qué fuerte!
Juan llegó a la sesión del lunes sin haber dormido. Iba a ser el gran día. Se sentó con su paciente. Sacó de su bolso un periódico. El paciente clavó la mirada en la portada y Juan con lágrimas en los ojos, se abrazó a él. El interno le abrazó también, fuel el abrazo más emocionante de su vida.
“Sí, le hemos ganado 1-2 al Hércules. Mira cuánta gente de Elche había en la grada. El que está en la portada con Albacar es un delantero danés que nos ha cedido el Villareal, está como una cabra, pero ayuda mucho al equipo. El día del Granada yo también canté lo de: una pasión DENTRO DE MI… yo también grité: no es fuera de juego, Pelegrín ESTÁ DETRÁS del defensa y por supuesto, también supliqué que nos diesen CINCO MINUTOS MÁS. Después de ese día, decidí irme a Londres, pero lo tuyo fue más grave. Te vas a poner bien y vamos a subir!!!!
El paciente volvió de su estado de shock inmediatamente. Juan y David, que así se llamaba, ya vieron juntos en el Martínez Valero el triunfo ante el Barcelona B. Y, por supuesto, celebraron juntos, en La Glorieta, con miles y miles de ilicitanos, el ascenso a primera.

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